domingo, 16 de julio de 2006

Destino

Sus horarios laborales no permitían encuentros diurnos. Por lo tanto, eligieron un horario acorde. 30 minutos después de un día de trabajo era bastante prudente. El tipo había llegado temprano. Había dejado su abrigo, pagando por esa guardia apenas unos centavos. No reparó en la hora, pero no eran las diez aún. Faltaban algo así como 15 largos minutos. Ella había prometido ser puntual. Su delicada voz no parecía mentir a través de la línea, pero ni siquiera él sabía cuanto de cierto había en esas afirmaciones tan tibias. Mientras, el mozo le ofreció la carta, incluso le preguntó si tenía algún plato pre-seleccionado para ya tomar su orden, pero recibió una negativa como respuesta. Él dijo que esperaba a alguien, como la mayoría de las veces sucede en cualquier relato naif (y éste no será la excepción). Prefirió empezar por un Martini seco. Mirando las miradas críticas a su alrededor, arreglando el cuello de su camisa constantemente, casi como inquieto, notó que 5 minutos más habían transcurrido en su reloj inglés.Su móvil sonó un par de veces, hasta que se decidió a atender, no sin antes mirar en varias oportunidades a su alrededor. Ese no hubiera sido un buen momento para que ella llegase. Al ver quien llamaba se tranquilizó un poco más. Era uno de sus cómplices amigos, que lo esperaba junto con otros más para ir de bares, y disfrutar la noche con otros programas que no hacian referencia a una cena con velas. Pero alegó dolor de cabeza. Su amigo se quedó con que estaba en casa recostado en su cama esperando que se le pase la migraña.Los siguientes 30 minutos alternaron entre imágenes, sentimientos, aromas e ideas. Suposiciones fueron muchas, pero certezas no tantas. El mozo volvió a acercarse, quizás lo notaba hambriento. Pero ausente como su invitada, estaba su apetito. Ya un poco enajenado, le pidió otro Martini, al siguieron tres más durante media hora más a la par de un atado de cigarrillos. El Jazz de fondo no suavizaba la espera, y el segundero del reloj parecía verdugo de su propia paciencia.Sin cena ni conversación, sin compañía ni sobremesa, sumido en la depresión por una nueva desilusión, se apagó en la almohada de su cuarto, y olvidó los motivos que lo habían llevado a ese restaurant. Simplemente aún sentía que algunas cosas eran posibles, pero el golpe fue demasiado rotundo. El destino había separado lo que el hombre quería unir. Los matutinos del siguiente día, dirían que una mujer había cruzado en rojo con su auto, perdiendo el control y dejando su vida en el pavimento. A dónde iría tan apurada?

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