jueves, 31 de diciembre de 2009

Adiós 2009

Es preciso saber que no solamente termina un año, sino que empieza otro. Es preciso saber que todos los lazos que generamos, mantuvimos y profundizamos los últimos doce meses, tienen una oportunidad para ser afianzados en el próximo tiempo. Es preciso entender que los balances no son siempre necesarios, sino que son un aliciente más de éste tibio pero marketinero cambio de año, e incluso de década. Es preciso mirar para adentro y sabernos satisfechos por lo que hemos hecho, pero también conformes con lo que hacemos todos los días y esperanzados por lo que haremos mañana. Es preciso nunca olvidar, entender, reflexionar y querer modificar. Es preciso alzar las copas por aquellos que no están a nuestro lado hoy brindando, pero sí están brindando en otro lado, o nos guiñan el ojo desde arriba, presentes en nuestros pensamientos como en cualquier otro día. Es preciso gratificarnos con saludos y caricias del alma, que tan necesarias son en tiempos como los que corren, donde lo que ya parece no importar, sigue siendo lo más importante que tenemos. Es preciso entender que no todo tiempo pasado fue mejor, si no que lo mejor, está por venir.

Nueva York - Día 5

Había pactado la visita a Harlem, y partía a las 10 AM. Me desperté tipo ocho y media, pero como es mi sana costumbre dormité un rato más y me levanté con el tiempo justo, diez menos veinte. Bajé y mientras tomaba un café encontré a los japoneses que revoloteaban por ahí, y también venían al barrio originario de Arnold y Willis Jackson. Además, estaba el alemán siempre dispuesto.

Crucé el umbral del lobby y ya había un viejo recaudando los diez verdes per cápita que salía el tour. Para mi sorpresa; ese mismo sujeto que apenas podía hablar, sería el guía por unas horas. Parecía amistoso. Cuando me preguntó de dónde era y le respondí, asintió con la cabeza y me dijo "Ah, macanudo" con buen acento latino. Tomamos el subte, uptown con destino a la primera estación del Harlem. Bajamos y empezamos a caminar por la "mejor parte" del barrio. Aca viven los nativos originales de Harlem que si bien nacieron aca, en su mayoría tienen buenos laburos ó son profesionales, ganan algo más de guita y buscan diferenciarse del resto. Muy buenas casas, en general de tres pisos más sótano, y casi todas valuadas más allá del medio millón de dólares. El tipo nos contó que laburaba en el negocio de bienes raíces hasta jubilarse; y por eso estaba bastante en el tema de las cotizaciones. Nos fue contando la historia del barrio desde la fundación holandesa de la ciudad hasta mitad del siglo pasado, con preciso detalle.

Alrededor de las 12:30 - 1 el tour terminó; y cada uno se fue para lados diferentes. Yo fui el último en hablar con el veterano, dado que iba para Penn Station y él un poco más arriba, bajando dos estaciones antes que yo. Aproveché para preguntarle por Washington, Filadelfia y otras cosas; y me contó un poco de sus más de tres visitas a Argentina, una de ellas en su luna de miel. Hablamos un poco de política también. Le pregunté por la gestión de Obama y me dijo que todos confían en él, pero que desde su punto de vista tendría que ser más firme con sus proyectos y decisiones, y no tan conciliador. Que se gana los problemas solo. Me preguntó un poco de los Kirchner y allí arrancó con el castellano de corrido. Me dijo que lo aprendió en México, donde fue un tiempo con ese fin (de hecho sabe mexicano, no castellano). Nos saludamos prometiendo reencuentro en el tour que él mismo guía el viernes al Bronx.

Me fui directamente para Penn Station en busca de la zona de Union Square, con destino final Empire State. Tenía hambre asi que clavé un cuarto de libra frente al Madison Square Garden y después, tiendas mediante, me encaminé al edificio. Pagué 31 verdes (con descuento de estudiante) por el ticket + audio tour. Te dan como un handy de radiotaxis que te cuenta toda la historieta una vez que estás en el observatorio del piso 86. Hay un número en cada punto cardinal y Raquel (la mina que se te presenta en el handy) te cuenta y detalla cada edificio que ves, con historia agregada.


Cabe aclarar que cuando te dan el handy te preguntan de dónde venís; para saber en qué idioma te hablará la carismática Raquel. Está todo bien pensado para ser ameno al turista (que obviamente les da de comer). Estuve casi hora y media calculo. La vista es tremenda y la historia interesante. Raquel hasta te ubica entre los rascacielos el punto exacto donde deberían estar físicamente las Twin Towers. Se pusó ventoso y frío el asunto allí arriba con lo cual lo primero que hice al salir fue ir por un café al populoso Starbucks. Nada de canela, vainilla, o boludeces afines. Me pedí un café con leche. Básico pero rendidor.


A la vuelta recorrí un poco más la zona y volví por Times Square. Realmente es imponente y hay mil cosas ahí para ver. Debo volver con más tiempo. Hoy entré a ESPN Zone. Tiene cuatro pisos; todo restaurant, menos el último. Tenés ahí varios fichines deportivos donde pagando unos dólares jugás a lo que quieras, desde basket hasta hockey, baseball o fútbol americano.

Volví hecho bolsa. Caminé zarpado. Había quedado con Chris (el de New Orleans) en ir a ver a una banda, pero no quiso porque dijo estar cansado. Le pregunté si jugaba al pool y me dijo que era horrible. Hablamos un toque y le que iba a llamar por tel y después lo encontraba en la sala de la TV (alta pantalla). Hablé, revisé los mails y vine al cuarto. Que le vaya bien. Igual mañana se va.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Nueva York - Día 4

Arranqué tarde, como a eso de las diez. Desayuné y, sin tour mediante, me fui para Times Square, pero más para el este... cerca del Midtown. Me propuse intentar recorrer toda la zona el día de hoy (es la parte más comercial, donde se destacan las tiendas de las grandes marcas internacionales y, entre otros, el Rockefeller Center).

El primer punto de visita siguiendo mi guía era el edificio de Naciones Unidas. Está cerca de la costa, con lo cual tuve que patear bastante. Para colmo, llegué, y después de algunas fotos de rigor, percibí que no había visitas permitidas hasta tres días después. Garrón. Seguí mi camino y después de unas cuadras más, llegué al Queensboro Bridge. Mediante una cabina, simil teleférico, que viaja a la par de los hierros del puente, crucé a Roosevelt Island y me senté un rato a contemplar el río y la ciudad desde otra perspectiva. En la isla hay algunas casas y varios complejos deportivos. Buena onda.

Al regreso de la isla caí directamente en la 5th Avenue. Ahí donde vivían Arnold, Wills, Kimberley y el Sr. Drummond en Diff'rent strokes. Hay diseminadas por ambas cuadras de la avenida las más grandes marcas de todo el mundo. Dando algunas vueltas encontré el negocio que busqué con la imaginación desde que supe que iba a visitar NY: el NBA Store. Hay dos en todo el mundo; ése yankee y otro en China; a donde llegó de la mano de Yao Ming hace algunos años después de que el oriental desembarcara en Houston Rockets, y comenzara a dar que hablar, al mismo ritmo que vendía camisetas. Me podía quedar a vivir días enteros en ese negocio, tirando triples y dobles en el juego que tienen a disposición de los clientes.

Fue un día harto yankke. Almorcé en Friday's con todas las frituras a mi alrededor y meseras que te daban un altísimo speech apenas te sentabas. Entré a dar unas vueltas por Bloomingdale's (no se a qué, pero entré) y vi de cerca el poder adquisitivo de la clase alta neoyorquina y de todos los turistas que sueñan con caminar esas veredas repletas de estilo y elegancia al ritmo de Versace, Cartier y demás yerbas.
Todo ésto, rodeando al imponente Rockefeller Center, ahí dónde cada Navidad se instala un árbol gigante y todos patinan a su alrededor. También cerca están el Hotel Plaza (dónde se hospedó en forma fraudulenta Kevin Mc Allister en Home Alone 2), la gigante juguetería Fao Schwarz, y Apple...la joyita del Midtown.

Volví al hostel, exhausto. A las 9 ya estaba arrancando otra vez con algunos vagos y un joven local, Tim, que nos llevaba al Pub Crawl, una suerte de mini gira por los bares del barrio, de copa en copa. Yo no había probado bocado dada la temprana hora, y los tipos ya pensaban en escabio. Nos detuvimos a las pocas cuadras en el primer bar, dónde hice algunas migas con Christian, oriundo de Colonia, Alemania; y su apócope, Chris, de New Orleans. Charlamos un rato mientras yo degustaba una pizzeta y ellos chupaban como esponjas. En el tiempo que yo ingerí una Corona, los vagos iban por la cuarta. El yankee le ponía ganas y el alemán era un tanto más parco. De todos modos fue un grato intercambio. Se puso mejor la historia en la segunda escala: un bar dominicano, dónde abundaba la cerveza Presidente, que no paraban de promocionar y ofrecer. Te regalaban una remera con la compra de una botella, y ese tipo de cosas. Obviamente no accedí a los combos del deseo y esperé llevármela de arriba. No funcionó, pero al menos el llavero destapador que ligué está piola. Ahí incorporé a un francés, Román, de las afueras de París. Éste tipo si me cayó bien, y así dejé atrás al alemán que intentaba charlar con unas brasileras que estaban en el lugar, sin ningún tipo de éxito visible. Había dos japoneses que estaban del orto, y daban color al diminuto bar. Alrededor de las 3, con el franchute saludamos a la multitud, y huimos con estilo mientras hablábamos de fútbol y compartíamos puntos de vista sobre la sociedad yankee que estábamos empezando a conocer de cerca. Era tarde para filosofía. Había sido un largo día.

martes, 29 de diciembre de 2009

Nueva York - Día 3

Desperté alrededor de las ocho de la mañana con el celular en este lunes 28 de septiembre. Lo había programado pensando en que tenía que desayunar algo antes de las nueve; hora en que debía estar listo en el lobby del hostel para el Dave's Downtown Tour. Así que bajé, compré un gran café y estuve listo a la hora indicada. Dave llegó diez minutos antes y se puso a reclutar a los gringos anotados por los pasillos del hostel. Resultamos ser unos pocos: una mina de Perú que lucía desganada, tres ingleses, un alemán, un yankee de Portland y yo. Nos contó más o menos de qué la iba el tour y arrancamos. Cuando llegamos al subte para ir hasta el final de la línea (o principio, según desde donde se lo vea) se unieron dos chinos (pareja) al grupo. Partimos en la línea uno, a las 10 de la mañana.

Dave es un sesentón copado; que vive en NY hace 25 años. Es oriundo de Madison, y además de éste, hace un tour por el Central Park. Habla bastante y va comentando cosas de la ciudad hasta que llegamos a Battery Park, punto de inicio de la caminata. En el metro me cuenta que visitó Argentina; fue a Bariloche a esquiar, conoció el Tronador desde adentro y fue solo un día a Buenos Aires. Pide que esperemos un subte porque viene medio lleno, pero nada de lo que yo me preocupe dada mi experiencia como fiel usuario de Metrovías y su calidad viajera.

Descendemos en Battery Park y rápidamente nos movemos hasta la costa donde divisamos la Estatua de la Libertad, en el horizonte neoyorquino. Aca me vengo a enterar que es un regalo de los franceses, mientras fotos mediante escucho la historia de los inmigrantes en Staten Island. Volveré y tomaré el ferry hacia ese lugar, desde donde dicen se obtiene una gran vista de Nueva York.

Al rato ya estamos merodeando el Financial District; Wall Street y todos los rascacielos aledaños. Pasamos también por el muelle; dónde contemplamos el puente de Brooklyn y nos movemos hacia Ground Zero. Hablé un rato con Dave sobre el 9-11, sin adentrarnos en política. Me cuenta casi con detalles cómo fue esa mañana en su vida, trabajando para una agencia de noticias, y mirando en la televisión con sus compañeros, casi incrédulos, todo lo que sucedía. Posteriores llamados de su madre, intento de contactar a amigos, y agradables noticias de no haber perdido a nadie ese día, aunque si lamentándo pérdidas ajenas. Son relatos que hielan un poco la piel, estando tan cerca a ese lugar donde años atrás sólo se veía horror y tragedia.

Con Dave giramos por casi todos los barrios del Downtown de NY y un poco más allá también. Comimos en Tribecca, pasamos por Little Italy, y bordeamos China Town. Nos adentramos en East Village, el Soho, Greenwich Village, terminando en Chelsea. Alrededor de las 16:30, Dave nos despedía y nosotros le arrojábamos una merecidísima aunque escueta propina. Retorné al hostel y me reconforté con una siesta hasta las 19:30, donde me dispuse a retornar a las calles después de una buena ducha.

Me acordé mucho de las palabras de un cliente, que me había recomendado visitar Times Square, pero no de día, si no más bien entrada la noche, una vez que las luces de los carteles, publicidades y gigantes LCDs brillaran en el cielo americano. Cuando me bajé del subte en la estación de Times Square, y asomé la cabeza a Broadway, me quedé pasmado. Atónito. No sabía para dónde mirar. Alejandro tenía razón. Estaba en el centro del mundo. Estaba en el medio de todo. Estaba inmerso en el corazón de un mundo aparte. A esa hora, todos los días en ese lugar, la ciudad se viste de gala. Tan sólo miraba para arriba y sacaba fotos, no sólo con la cámara, sino también con la retina.


Nueva York - Día 2

Era 27 de septiembre del corriente. Sí, septiembre, con Pe. Me desperté en el avión a eso de las seis y monedas; después de haber abierto los ojos en millones de momentos más durante el largo viaje de casi diez horas y otras tantas contracturas; que me pasarían factura durante el día. El vuelo aterrizó en horario en el JFK (terrible aeropuerto...casi una mini ciudad) y se venía la parte más hostil del asunto: pasar por migraciones. De los seis o siete policías que estaban como opción, el negro que me tocó a mi parecía, a priori, amigable. Vio el pasaporte, me hizo poner las huellas dactilares de ambas manos en un escáner, y antes de poner el sello me preguntó cuántos días pensaba quedarme, a lo cual respondí con la pura verdad. Acto seguido clavó el sello en tinta roja con la fecha de hoy en el pasaporte como quien marca una vaca con un fierro caliente.

Después de buscar la mochila fui a la terminal del Air Train (un tren que recorre por fuera y por dentro todo el aeropuerto, muy bien mantenido y bastante veloz). Llegué a la estación Howard Beach, donde pagué el viaje (se abona al final en este caso) y compré la Metrocard. Por siete días y veintisiete dólares, puedo subir y bajar las veces que quiera del subte y los bondis. Muy groso y conveniente. De otra forma, cada pasaje sale dos verdes, dos y medio quizás.

El día estaba horrible. Llovía. Un fresco domingo de otoño. Se veía muy poca gente en la estación. Unas cinco personas y un policía típico de Hollywood: calvo, con arma enfundada en un cinto repleto de cosas y hablando por handy. Una vez en el subte (al aire libre) me senté y liberé la mochila por un rato. Me topé con el primer especímen de USA: un afroamericano de barba y rastas rubias (pequeñas rastas) con una bandana en la cabeza, aproximadamente 1,85m de altura y un singular parecido a Mr. Eko (sólo para entendidos). Portaba uñas largas, paraguas violeta y una mochilita de un oso de felpa. Muy tierno el gay yankee. Nada que ver al estilo que inmortalizó Guido Suller.

Alrededor de cincuenta minutos después, o un poco menos, llegué a destino. Mi parada era 103 st. y ahi descendí, quedando a dos cuadras del hostel. Se intensificó el mal tiempo y se largó a llover con tutti en esas últimas, largas y putísimas dos cuadras. Cuandó finalmente abrí la puerta del hostel, alrededor de las 10 am, una de las recepcionistas me dijo que la reserva estaba ok, pero que el check in era a partir de las 16. La puta que los parió! Tengo sueño!

Fui a guardar el equipaje a unos armarios inteligentes que tienen, y crucé luego a una pizzería mexicana a tomar un café. Victimicé ferozmente el mini torta que traía en la mochila desde Baires con mucho gusto.

No tenía mucha idea de qué hacer, así que decidí ir al museo de Cs. Naturales que estaba a dos estaciones de subte de ahí. Aproveché a cambiarme las medias mojadas por unas baratísimas que me dieron en TAM y arranqué, algo más cómodo.

Llegué al museo y después de pagar U$S 10.- (sugerían U$S 12) y pasar el detector de metales...empecé la recorrida. La verdad es que el paseo vale la pena. Son cinco pisos de ciencia y algo de historia; con mucha tecnología y gran dedicación. Muy didáctico y educativo a la vez.

Me fui como a las 2:30 del museo. Y ya no llovía. Me topé con la Avenida Columbus donde había una feria que se extendía casi quince o veinte cuadras. La caminé ida y vuelta buscando qué comer. Me decidí por un bar pequeño pero amigable en una esquina, y ordené un sandwich de pavo, tomate y lechuga que devoré rápidamente.


Volví caminando por Amsterdam Av. y completé el check in en el hostel con otra recepcionista poca onda, de nombre Salomé. Abundan los latinos laburando en hostels, restaurants, etc; mezclando su idioma entre dientes con el inglés.

Me tocó la habitación 407, cama G. El último piso, pero la cama de abajo de la cucheta, tal como prefiero. Me fui topando con mis compañeros de cuarto: tres chinos (no se de qué nacionalidad, por eso la simplificación), un tipo que aparenta escandinavo y dos que le pegan en el palo; pero ni idea de dónde son realmente. Al último no le conozco la cara, así que no puedo arriesgar. Sólo intercambié algunas palabras con uno de los orientales; previo a una siesta reponedora.

Me anoté para un tour a la gorra mañana a las 9 por el Downtown y pregunté donde podía comer buena pizza. Me recomendaron "Mama's" en 109 st. y Amsterdam, con lo cual me dispuse a patear esas tres cuadritas. Pedí dos porciones y una coca. Las dos porciones eran un poco más que un cuarto de pizza de Argentina. Por cinco dólares, me pareció más que auspicioso. Comí rápido, una vez más, porque ya cerraban y volví al hostel. En el camino me crucé a un precioso loquito vestido en traje blanco y sombrero que cruzaba las calles al grito de "I love you!". Reí para mis adentros. Terminaba así un largo día (o largos dos días) y comenzaba mi primera noche en la Gran Manzana.

martes, 8 de diciembre de 2009

Sentí la paranoia, la persecución. Sentí los ojos posados en mí. Sentí la transpiración fría. Sentí lejos la partida, y distante la llegada. Sentí el aliento en la nuca. Sentí obstáculos. Sentí el peso del aire. Sentí las sombras alrededor.

Y cuesta.