martes, 29 de diciembre de 2009

Nueva York - Día 2

Era 27 de septiembre del corriente. Sí, septiembre, con Pe. Me desperté en el avión a eso de las seis y monedas; después de haber abierto los ojos en millones de momentos más durante el largo viaje de casi diez horas y otras tantas contracturas; que me pasarían factura durante el día. El vuelo aterrizó en horario en el JFK (terrible aeropuerto...casi una mini ciudad) y se venía la parte más hostil del asunto: pasar por migraciones. De los seis o siete policías que estaban como opción, el negro que me tocó a mi parecía, a priori, amigable. Vio el pasaporte, me hizo poner las huellas dactilares de ambas manos en un escáner, y antes de poner el sello me preguntó cuántos días pensaba quedarme, a lo cual respondí con la pura verdad. Acto seguido clavó el sello en tinta roja con la fecha de hoy en el pasaporte como quien marca una vaca con un fierro caliente.

Después de buscar la mochila fui a la terminal del Air Train (un tren que recorre por fuera y por dentro todo el aeropuerto, muy bien mantenido y bastante veloz). Llegué a la estación Howard Beach, donde pagué el viaje (se abona al final en este caso) y compré la Metrocard. Por siete días y veintisiete dólares, puedo subir y bajar las veces que quiera del subte y los bondis. Muy groso y conveniente. De otra forma, cada pasaje sale dos verdes, dos y medio quizás.

El día estaba horrible. Llovía. Un fresco domingo de otoño. Se veía muy poca gente en la estación. Unas cinco personas y un policía típico de Hollywood: calvo, con arma enfundada en un cinto repleto de cosas y hablando por handy. Una vez en el subte (al aire libre) me senté y liberé la mochila por un rato. Me topé con el primer especímen de USA: un afroamericano de barba y rastas rubias (pequeñas rastas) con una bandana en la cabeza, aproximadamente 1,85m de altura y un singular parecido a Mr. Eko (sólo para entendidos). Portaba uñas largas, paraguas violeta y una mochilita de un oso de felpa. Muy tierno el gay yankee. Nada que ver al estilo que inmortalizó Guido Suller.

Alrededor de cincuenta minutos después, o un poco menos, llegué a destino. Mi parada era 103 st. y ahi descendí, quedando a dos cuadras del hostel. Se intensificó el mal tiempo y se largó a llover con tutti en esas últimas, largas y putísimas dos cuadras. Cuandó finalmente abrí la puerta del hostel, alrededor de las 10 am, una de las recepcionistas me dijo que la reserva estaba ok, pero que el check in era a partir de las 16. La puta que los parió! Tengo sueño!

Fui a guardar el equipaje a unos armarios inteligentes que tienen, y crucé luego a una pizzería mexicana a tomar un café. Victimicé ferozmente el mini torta que traía en la mochila desde Baires con mucho gusto.

No tenía mucha idea de qué hacer, así que decidí ir al museo de Cs. Naturales que estaba a dos estaciones de subte de ahí. Aproveché a cambiarme las medias mojadas por unas baratísimas que me dieron en TAM y arranqué, algo más cómodo.

Llegué al museo y después de pagar U$S 10.- (sugerían U$S 12) y pasar el detector de metales...empecé la recorrida. La verdad es que el paseo vale la pena. Son cinco pisos de ciencia y algo de historia; con mucha tecnología y gran dedicación. Muy didáctico y educativo a la vez.

Me fui como a las 2:30 del museo. Y ya no llovía. Me topé con la Avenida Columbus donde había una feria que se extendía casi quince o veinte cuadras. La caminé ida y vuelta buscando qué comer. Me decidí por un bar pequeño pero amigable en una esquina, y ordené un sandwich de pavo, tomate y lechuga que devoré rápidamente.


Volví caminando por Amsterdam Av. y completé el check in en el hostel con otra recepcionista poca onda, de nombre Salomé. Abundan los latinos laburando en hostels, restaurants, etc; mezclando su idioma entre dientes con el inglés.

Me tocó la habitación 407, cama G. El último piso, pero la cama de abajo de la cucheta, tal como prefiero. Me fui topando con mis compañeros de cuarto: tres chinos (no se de qué nacionalidad, por eso la simplificación), un tipo que aparenta escandinavo y dos que le pegan en el palo; pero ni idea de dónde son realmente. Al último no le conozco la cara, así que no puedo arriesgar. Sólo intercambié algunas palabras con uno de los orientales; previo a una siesta reponedora.

Me anoté para un tour a la gorra mañana a las 9 por el Downtown y pregunté donde podía comer buena pizza. Me recomendaron "Mama's" en 109 st. y Amsterdam, con lo cual me dispuse a patear esas tres cuadritas. Pedí dos porciones y una coca. Las dos porciones eran un poco más que un cuarto de pizza de Argentina. Por cinco dólares, me pareció más que auspicioso. Comí rápido, una vez más, porque ya cerraban y volví al hostel. En el camino me crucé a un precioso loquito vestido en traje blanco y sombrero que cruzaba las calles al grito de "I love you!". Reí para mis adentros. Terminaba así un largo día (o largos dos días) y comenzaba mi primera noche en la Gran Manzana.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario