martes, 2 de agosto de 2011

Sáb 30/7 - Dom 31/7 - Día 1: El viaje

Otra vez la amenaza de ceniza presente en las noticias. Si no son las huelgas de las azafatas, los reclamos salariales de los transportadores de equipaje; siempre hay algo para sumarle incertidumbre a los viajes. Si bien las últimas 48hs se venía operando con normalidad, llegué al aeropuerto con confianza; pero aún así con vacilaciones latentes. Los carteles que no indicaban demora me motivaron a despachar rápido y seguirlos con atención durante el rato que faltaba. Todo fue en orden y, después de varias experiencias traumáticas (ver Diarios de viaje anteriores), embarqué y despegué a horario. Tampoco tuve que lidiar con niños llorando cerca durante el viaje, ni un compañero/a de asiento molesto/a, lo cual fue aún mejor.
De todo lo que tuve que preocuparme fue de elegir un guiso de pollo con vegetales vs. otro plato que mi memoria desechó fácilmente por no ser digno de recordar; y analizar qué película quería para pasar el rato. Opté por "Hangover". No la había visto y aprobó. Esperaba más de todas formas. Dado que el tramo hasta Lima constaba de 5 horas y 5 minutos, decidí clavarme otro film. Fui por "El Hombre de al lado" (Daniel Aráoz). Error. Tuve que verla entera sólo para saber en qué momento la historia cambiaba de rumbo. Nunca pasó. Mi compañera de asiento, gringa ella y alérgica al gluten, degustaba una banana con dulce de leche que traía de canuto a la par de mi adormecimiento con la película y de la turbulencia que nos guió mientras cruzamos los Andes y hasta arribar a destino.
Llegué a Lima alrededor de las 23:30; y ahí sí empezaba el bache del viaje. El vuelo a Quito no saldría hasta las 6:15 AM, por tanto tenía un rato para entretenerme. Faltaba descubrir con qué. Aún tenía hambre, así que mientras deambulaba por el amigable aeropuerto peruano, compré algo más para comer, y luego de ver también un pequeño show de música andina, claudiqué en un trío de asientos para expandir mi cuerpo y dormitar un poco hasta ver en qué puerta se asignaba el vuelo. Finalmente, y conociendo ese dato unas horas más tarde, mudé mi poker de contracturas acumuladas a otro juego de asientos de cara a la puerta 25 y me dispuse a esperar el llamado, que vendría en unas 2 horas. Embarqué 5:40, en un avión a medio llenar. Antes del despegue me reacomodé en una fila de asientos vacíos, para disponer de una ventanilla que me dejara ver los Andes cuando llegaramos a Ecuador. En 2:05 estábamos descendiendo a destino; y los picos nevados se hicieron más que presentes. Esbeltos, blancos y omnipotentes; se fueron encadenando en ese fin de ruta, que luego de varias maniobras interesantes y hábiles por parte del piloto a cargo, desplomarían el avión con mucha calidad y sin sufrimiento en el aeropuerto internacional de Quito.
El hostel me recibió de la mejor manera y no pensé más que en descansar un rato, a la par de lo que (en ese rato) se desataba una furiosa tormenta sobre la ciudad. Salí después a comer algo, con todo cerrado y sin muchas más opciones que ir a un fuckin' shopping para caminar un rato. Hostel, ducha calienta, cena y al sobre. Espero que mañana el sol invada Quito.