viernes, 28 de marzo de 2008

Ajedrez

Caminó las últimas cuadras dispuesto a todo. Observaba a todos y cada uno a su alrededor sin saber exactamente lo que buscaba. Sin embargo, una vez ahí, todo se volvió aún más difuso. Sentía aún el dolor latente de ese cuchillo que entró por su espalda; la sangre chorreándose alcanzando las lumbares y la base de su columna vertebral. La vista se le nublaba cada vez más, haciéndole casi imposible entender el panorama. Poca claridad (casi nula).
Sumido en ese contexto, respiró. Lo hizo en voz alta, con una fuerte exhalación que llenó aún más el aire de incertidumbre y derrota. Y así transcurrió segundos, minutos, días y meses. El vacío comenzó a ofrecerle su amistad y su eterna compañía. No podía desecharla así como así. Ahí comenzaron su camino y su viaje. Ese viaje sin fecha de retorno. Libre de presiones, aunque preso de ellas (casi sin querer).
El tablero comenzaba a organizarse. El rey desorden quería rearmar sus filas. La reina pena entendía el juego y dominaba. La torre de rencor cerraba los caminos, como queriendo proteger algo. Los alfiles intentaron imprimir velocidad al escape junto con los caballos, como un plan casi perfecto. Pero hubo sólo unos pocos que entendieron la estrategia: los peones. Teniendo claro que paso a paso, y con los movimientos precisos, cualquiera de ellos podía llegar a convertirse en algo mejor.

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