jueves, 17 de agosto de 2006

Cara a Cara

Hola. Cómo estás? Pensé que no te iba a volver a ver en mucho tiempo. Realmente lo pensé. Supuse que te habías ido, quizás más lejos de lo que yo podía imaginar. O te habré querido olvidar de repente? No se. Estuviste tanto tiempo conmigo que hasta podría reconocer tu sombra, o tu aroma, o tu presencia a mi lado. Tal vez podría distinguirte cerca mío, aunque tuviera miles de personas a mi alrededor, yo sabría que estás ahí, que llegaste para quedarte. De todas formas no se por qué me visitás tan esporádicamente. Aunque lo prefiero así. Creo que la carrera la lidero siempre. Aunque vos corras tan rápido como para pisarme la cabeza y pasarme por encima. Muchas veces lo hiciste, y siempre creo que me estás respirando en la nuca. Que mis pasos, mis corridas, mis saltos, nunca son suficientes para vos. Tenés un plus que te hace más fuerte. Como los deportistas que se destacan en lo suyo, como los escritores que imaginan realidades, como los pintores que dibujan almas, como tantos otros que hacen único lo suyo. Vos no sos la excepción.
A veces me gustaría pensar que no existís. Que el mundo sigue siendo una realidad sin vos. Desconocer el sentirte. Desconocerte. Pero no se puede, parece que no hay forma. Tenés tantas facetas que es imposible dominarte, o controlarte de algún modo. El control se puede ejercer, pero siempre tenés la gota que rebalsa el vaso y exigís empezar de nuevo. Nunca te dejás vencer. O mejor dicho, siempre tenés que lograr algo más allá de lo que me pueda hacer sonreír. Para todas mis risas, vos tenés todos mis llantos. Para todas mis alegrías, reservás todas mis tristezas, y lo que es peor, ante todas mis victorias, vos tenés mil fracasos.
Y cuando menos te necesito venís. Cuando no te llamo tocas la puerta como pidiendo permiso, pidiendo que no te olvide. Ya te expliqué que no puedo hacerlo, pero vos insistís. Me conocés y sabés que te empujo hasta dónde llego, lo cual ya es bastante. Hasta te diría que me siento un virtuoso algunas veces. Hasta que me clavás el puñal por la espalda. Entrás por dónde menos te espero y, una vez más, me derrotás.
Es así que me despido de vos. No se hasta cuando. Pero te pido una cosa: dejame ser. Entendé de una vez por todas que no me puedo (ni me quiero) quedar con vos para siempre. No me sirve demostrarte que detesto tu compañía, porque conozco tu rigidez y se que vas a volver, tarde o temprano. Y eso te lo digo en cada despedida. Pero parece que no entrás en razón. Así es que sólo me queda soñar con no volverte a ver. Sólo resta disfrutar cuando no estás, y prepararme para tu llegada, aunque la mayoría de las veces no es anunciada. Y aunque me avisaran cada vez que vinieras, creeme Tristeza, que no me gustaría volverte a mirar a la cara.

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